Lejano pueblo mío, de mi infancia.
Ranchos de lata y perros hacia el este.
Y un occidente gris de camposanto,perdido entre esmeraldas.
¡Es un antiguo tiempo de la sangreesta dulce provincia de mi infancia!
El pueblo estaba al sur. El pueblo era un domingo de camisa blanca,
pañuelo perfumado y el nudo maternal en la corbata.
Aldea de labriegos,con mostradores de buen vino y grapa,
almacenes que olían a pimienta y verdinegras zanjas
donde los sapos celebraban lluviasen un idioma secular de gárgaras.
País de Liliput, al que se iba con infantil curiosidad de chacra.
¿Cómo explicar aquellas tribus gringas,vestidas de importancia?
¿Y esa tiesura grave,tal vez con presunción de aristocracia?
Primero era la misa,con su latín que nadie interpretaba.
Misa de rogativa de cosecha,más que de amor a Dios y de alabanza.
Después, afuera, el sólito concilio.Interminables, efusivas charlas,
con el virtuoso tema femeninode encajes y de ropa almidonada.
Juegos y gritos del tropel de niños.Dudosos secreteos de muchachas.
Sonrisas complacientes de las madres.Y el viejo cura, con su cara santa,
remolineando de un corrillo a otrola astuta inquisición de su sotana.
Los hombres, mientras tanto,con firme empeño y en brillante carga,
ya habían conquistado las esquinas.Y entre “toscanos”, cantos, carcajadas,
y cuentos de sabor que no se dice,se echaban el boliche en la garganta.
¡Felicidad de gente laboriosa,que un largo cuatro rumbos de volantas
desparramaba de regreso al campo!Pueblo mío, de fábula.
Con sus baldíos de oxidados sunchos,plaza de pencas y de fiestas patrias…¡
Es un antiguo tiempo de la sangre esta dulce provincia de mi infancia!
No hay comentarios:
Publicar un comentario